Sólo alguien con un espíritu emprendedor, acompañado de una pequeña dosis de suerte puede encontrar un tesoro oculto. Donde unos tan sólo ven el dolor y la frustración de la oportunidad; otros, básicamente se benefician de los errores de muchos.
Jim Reid dejó el estado de Oklahoma en 1971 para irse a vivir a Florida, donde consiguió un empleo de inspector en el parque de atracciones de Disney World. Sus ingresos eran de unos 250 dólares a la semana. Fue allí donde conoció a Beverly, una chica que trabajaba para la compañía de teléfonos con quien se casó.
Jim aprendió a bucear, afición que le sirvió para explorar en busca de monedas y objetos de valor. Cierto día se puso su traje de buzo y se zambullo en una trampa de agua de un campo de golf, sólo para ver qué encontraba.
Lo que allí vio le sorprendió. El fondo estaba totalmente tapizado de blanco. !Había miles de pelotas de golf!“. Sacó unas cuantas y las examino a la luz del día. “La mayoría estaban como nuevas”. Entonces se las enseñó al administrador del campo de golf, quien le ofreció diez centavos por cada pelota en perfecto estado.
Vista la oferta, Jim no dudó y volvió a zambullirse. Ese día sacó más de 2.000 pelotas, que representaron una ganancia casi igual a su sueldo de una semana. Tras consultar con Beverly, decidió dejar su empleo y dedicarse por completo al productivo negocio del rescate de pelotas de golf..según él, “oro blanco”.
“Me sentía un poco incómodo”, comenta Jim. “Cuando me preguntaban en que trabajaba, respondía que me dedicaba a meterme en lodazales para sacar pelotas de golf”, y claro, “la gente me miraba con mucho recelo”.
Con todo, seguía zambulléndose, y la cosecha era abundante. Al principio llegaba a casa con el coche cargado de pelotas de golf, y las limpiaba en la lavadora de Beverly, que aunque ella apoyaba a su marido, no estaba dispuesta a permitir que destrozara su máquina, así que Jim se compró la suya. A los vecinos tampoco les encantaba la idea. Basta con imaginarse el ruido que hacen unas 500 pelotas de golf girando en una lavadora hasta altas horas de la noche. Para acallar sus protestas, fueron contratados en su empresa.
Con el tiempo, probó diversos métodos. Intento lavar las pelotas con una mezcladora de cemento, pero este procedimiento les desgastaba los hoyuelos, lo cual hacía que no volaran en línea recta.
Corrió la noticia, y otros buzos comenzaron a interesarse en esta actividad. Jim les compraba las pelotas que rescataban. Al poco tiempo, había un tráfico constante de camiones que llegaban con pelotas viejas y cubiertas de fango y se iban con un cargamento de pelotas renovadas.
Como no podía contratar a todos sus vecinos descontentos, Jim trasladó su negocio a una zona industrial.
Los buzos recibían 8 centavos por cada pelota. Uno de ellos, Dan Becher, demostró ser uno de los mejores en su oficio. En 1993 rescató 652.000 pelotas, consiguiendo unos beneficios de 60.000 dólares por año.
Cuando Jim Reid renunció a su trabajo de Disney World, calculó que tendría que encontrar 2.500 pelotas de golf a la semana para ganar lo mismo.
Con el tiempo, su empresa, llamada Compañía Recicladora de Pelotas de Golf Segunda Oportunidad, recibió entre 80.000 y 100.000 pelotas al día, algunas procedentes de lugares tan lejanos como Hawai. En 1993 tuvo unos ingresos brutos de más de 1 millón de dólares.
Con la empresa completamente en auge, la familia Reid al completo, Kelly, Raina y Debbie, sus hijas, se encargaron de la clasificación de las pelotas de golf, en una mesa especial situada en la planta.
Lo único que podía perjudicar a la empresa es que alguna de las compañías fabricantes sacara al mercado pelotas flotantes. Según Jim: “Eso sería peor para ellas”, “según como están las cosas, todo el mundo gana dinero, excepto el golfista que pierde la pelota”. Cada año se fabrican alrededor de 200 millones de pelotas de golf. “A donde van a parar la mayoría?..Pues al agua. Cuando aprenderán los golfistas?…espero que nunca.
En mayo de 1994 Jim Reid, vendió su empresa por 5,1 millones de dólares a Sport Supply Group, una compañía de Dallas que cotiza en la bolsa de New York. A la edad de 50 años se jubiló y junto con su familia, dedicó gran parte de su tiempo a realizar cruceros desde Fort Pierce a las Bahamas a bordo de su yate, llamado, “El ladrón de pelotas“.
“Quizás algún día aprenda a jugar al golf, un deporte que jamas he practicado pero que le debo mucho “…
La historia, que tiene pelotas, la encontré en uno de los libros del baúl, Readers Digest de 1995. Y en The New York Times, y Si Vault
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